El pasado viernes a las 21.30h en la Iglesia de San Sebastián tenía lugar el V Solemne Pregón de la Juventud Cofrade de Pozoblanco a cargo de Dª Anabel García Fernández. A continuación su pregón y la presentación que Dª María José Martín Amor hizo de ella.
Señor párroco de San Sebastián, hermano mayor y miembros de la Junta de Gobierno de la Hermandad de la Soledad, presidente de la Agrupación, presidentes, presidentas, hermanos mayores, capitán y miembros de las juntas de gobierno de las cofradías y hermandades. Buenas noches.
Esta noche tengo el honor de presentar a la quinta persona que pregonará la juventud cofrade de nuestra ciudad.
Anabel García Fernández, Anita para su familia, Ana para los amigos o Ana Isabel para ella misma cuando se auto regaña, es esta noche la pregonera de la juventud.
Hace 25 años que Fabián y Emi, sus padres, un matrimonio que se conocieron y viven día a día su amor en torno al colegio salesiano, ven como su familia se completa un 31 de enero con el nacimiento de su hija.
Y no podría ser otro día, porque Anabel vive el espíritu de Don Bosco desde su nacimiento, el amor a los jóvenes y más necesitados, a la música, al deporte y al teatro. Lo vive día a día, junto a sus padres y su hermano que se lo transmiten con intensidad; de modo que crece rodeada de salesianos que, como Don Bosco, le contagian la necesidad de ser feliz para poder hacer feliz a los más necesitados, de escenarios de teatro, cantorales de coro, balones de oratorio…
Con tan sólo 4 años pasa a formar parte de la nómina de hermanos de Cofradía Salesiana del Stmo. Cristo del Perdón y Ntra. Sra. de la Amargura y en 1994 comienza su andadura como alumna del colegio salesiano.
Nunca se ha desvinculado de su colegio, durante el invierno era alumna y en verano oratoriana.
Con el correr del tiempo, en verano era animadora del oratorio y en invierto animadora de Luz-Vida.
Cuando terminó su etapa escolar pasó a formar parte activa de la Asociación de Antiguos Alumnos y Antiguas Alumnas de Don Bosco dentro de su grupo joven.
Su amor a Don Bosco hace que incluso cuando se va a estudiar fuera mantenga el contacto con su colegio, o que se vincule a la asociación de AA.AA. de A Coruña cuando se va a vivir allí para completar sus estudios de Administración y Dirección de Empresas.
Su forma de ser: responsable y madura le ha hecho llegar a ocupar puestos de responsabilidad tales como coordinadora de oratorio o presidenta de la Asociación Juvenil Bosco.
Todo esto hace a Anabel una persona de especial sensibilidad. Conecta igual de bien con niños, con los que sabe jugar y trabajar para sacar lo mejor de ellos, como con los jóvenes que participan en la liga de fútbol del oratorio juvenil.
Anabel disfruta tanto de la buena música como de un partido de su Athletic de Bilbao, por lo que es capaz de dejar de lado muchas cosas.
Anabel disfruta tanto de una buena charla como de un rato de interpretación sobre las tablas del escenario. Su sonrisa ilumina el lugar donde esté.
Su extrema madurez hace que sea capaz de ponerse a la altura de cualquiera, sea cual sea su edad, capaz de trabajar en primera línea, como de estar detrás de las bambalinas ayudando.
Persona muy fiel a sus ideas y a sus amigos, eleva la amistad hasta el infinito. Tiene la capacidad de decirte lo que necesitas en el momento adecuado. Alegre, servicial, luchadora…
Esto mismo le pasa en su vida cofrade. Siempre ha sido una pieza importante, desde portadora de la naveta en el incienso a costalera durante tres años o formando parte de la representación de la asociación de AA.AA. de la procesión; pero siempre de un modo callado y discreto. Sólo la ves si sabes que está. Hoy, sólo soy la portavoz de muchas personas que podrían estar aquí explicando quién es Anabel y por qué motivo es merecedora de contarnos a todos cuál es el compromiso de los jóvenes en la sociedad, en la Iglesia y en las cofradías.
Ana, te toca, corazón.
D. Aníbal, párroco de esta Santa Iglesia, señor don Moisés Serrano y Junta de Gobierno, señor presidente de la Agrupación de cofradías y hermandades, Hermanos Mayores, Presidentes y Juntas de Gobierno, familiares y amigos míos en general, señoras, señores y jóvenes de Pozoblanco. Buenas noches a todos.
Toda mi vida ha girado en torno a una máxima: “Es de bien nacidos ser agradecidos”. Por eso, no podía comenzar este pregón sin dar las más sinceras gracias a las personas que confiaron en mí desde un primer momento. Gracias a la Hermandad de la Soledad y a su Grupo Joven por su confianza y entrega. Gracias por pensar en mí y creer que yo era la persona idónea para llevar a cabo este pregón. Gracias a mis padres y a mi hermano por el apoyo diario e incondicional y por soportar mis nervios en estos meses. Y, cómo no, gracias a María José. Por sus palabras, su apoyo no sólo en esto sino en todos estos años. Gracias por ser mi guía, mi modelo, mi ejemplo, en todo lo que lleve el apellido
Antiguos Alumnos de Don Bosco. Gracias por acompañarme esta noche y por haberme regalado tu presentación.
Aún a día de hoy, y desde que me propusieron esta maravillosa misión, me he preguntado por qué yo, por qué a mí. No es que haya encontrado ya la respuesta a mis dudas, pero como le dije en su momento a Paco Moyano, intentaré que su conclusión sea “Acertamos con la elección”.
Casualidades de la vida, un amigo se enteró antes que nadie y me dijo “Serás la voz de una generación. Adelante”. Me habían encomendado la misión más bonita en 25 años de vida. El miedo al fracaso, a no estar a la altura de las expectativas, no me podía echar atrás.
Aún así, pedí unos días para pensarlo. No, no dudaba. Pero los nervios me podían en el momento que me lo propusieron. Necesitaba meditarlo.
Hablando con mi madrina, África, me comentaba que su buena amiga Emi Castro, excelente pregonera de nuestra Semana Santa en 2013, había buscado respuestas en el Evangelio justo el día en el que le encomendaron esta misión. Me contaba que Emi descubrió asombrada cómo el Evangelio le hablaba del Enviado. Ella era el enviado en esta ocasión. Y fue ese su mayor empujón. La habían elegido a ella. Y era ella la que tenía que hacerlo.
Yo, que soy de la generación de las tecnologías y las redes sociales, quise indagar en lo que ese día nos decía el Papa Francisco a través de su cuenta de Twitter. Quizás también tenía algo para mí. Y cuál fue mi sorpresa que, igual que Emi, yo también encontré palabras de ánimo. El Papa Francisco escribía esto:
“Queridos jóvenes, les invito a poner sus talentos al servicio del Evangelio, con creatividad y con una caridad sin fronteras.”
Esos 140 caracteres se me fijaron en la mente y no me los pude quitar de la cabeza hasta que di el sí. Y aquí estoy.
Haciendo referencia al nombre de este pregón, soy joven y soy cofrade. Llevo viviendo la Semana Santa de Pozoblanco desde muy pequeña. Mi familia siempre ha estado maravillosamente divida entre la cofradía salesiana de Nuestra Señora de la Amargura y el Santísimo Cristo del Perdón y la hermandad de Nuestra Señora de la Soledad. Y digo maravillosamente porque, gracias a ello, he podido disfrutar siempre el doble.
Yo nunca he sido nazarena tipo “Al cielo con ella”. No me gustan los espectáculos, ni entiendo que esta semana, que tiene que ser de recogimiento, se entienda como folclore. Siempre he intentado vivir estos días desde el más sentido respeto, interiorizando lo que de verdad significan y, por qué no decirlo,
reencontrándome con ese amigo al que a veces dejo olvidado. En mi Semana Santa no hay cabida para bandas que pelean por ser la mejor o para capataces que creen que mientras más se grite, más honor se hace a Nuestra Madre. Semana Santa es otra cosa. Para nosotros los creyentes, y sobre todo para los jóvenes, debería tener otra dimensión. No quedarnos en lo puramente superficial, sino profundizar en el mensaje que Jesucristo, con su muerte, quiso transmitirnos.
Como os decía antes, yo soy cofrade y nazarena de Nuestra Señora de la Amargura y el Santísimo Cristo del Perdón. Y cómo explicar qué significa un Jueves Santo para mí, para mi familia, para mi casa.
Tenía unos cuatros años cuando acompañé a nuestros titulares por primera vez. Mi madre siempre me cuenta que íbamos a la casa de la madre de unos amigos y que era ella la que me colocaba cuidadosamente la mantilla y la pequeña peina. Sí recuerdo la ilusión con la que yo salía de allí ataviada con mis escapularios y, por supuesto, con mi velita de bombilla. ¡Ay, la velita de bombilla! ¡Cuántos disgustos nos habrá ahorrado! ¡Cuántas mantillas habremos dejado de quemar afortunadamente!
Los años pasaron y aquella niña que iba con sus medias blancas, después prohibidas, fue dándole cada vez más importancia a lo que significa la Semana Santa y el Jueves Santo en concreto.
Un Jueves Santo es especial por muchos motivos. Hay que vivirlo, hay que respirar el ambiente, saborear cada momento en los Salesianos desde que se despierta el día.
Los nervios aparecen al sonar el despertador, si es que no han hecho que te despiertes antes. Mamá ya lo tiene todo preparado en el salón. Túnicas, capirotes, la mantilla, la peineta… Las medias por aquí, los zapatos por allá… Pero, ¿mamá, dónde está mi insignia?
El Jueves Santo es de obligada asistencia al Centro de Antiguos Alumnos de Don Eusebio Andújar, ese lugar donde siempre encontrarás a alguien dispuesto a ofrecerte un buen rato. El punto de encuentro de todo antiguo alumno salesiano en Pozoblanco.
Y allí, conforme avanza la mañana del jueves, se van dando cita todos los cofrades y sus familias para disfrutar, más aún si cabe, de este día.
Lo primero que se hace nada más llegar al colegio es visitar la Iglesia. Y allí están Ellos, uno junto al otro, la Madre junto a su Hijo, esperando salir a las calles de Pozoblanco. Es un momento verdaderamente mágico. Siempre he disfrutado especialmente esos instantes. Es como si, por arte de magia, el universo y la historia se concentraran justo en ese momento. Como si estuviéramos sólo los tres. Y ahí empieza este gran día.
En estos 20 años de cofrade, no siempre he salido ataviada con mi mantilla y mi peina. Durante unos años quise averiguar qué se sentía bajo un paso. El que será siempre mi capataz, Alfonso, fue detrás de mí en varias ocasiones, siendo ‘espantado’ por mi padre en su mayoría. Hasta que un día le dije que sí, que quería saber cómo era ser los pies de Jesucristo. Quería ser costalera. Ese año, además, la ilusión se multiplicaba. El Cristo del Perdón iba a estrenar un nuevo paso.
Tras meses de ensayo, llegó el gran día. Mi padre, que ya era costalero, estaba más nervioso que yo. Él soportaba mucho más peso, pero claro, era su niña la que iba debajo.
El día no pintaba bien. Había amanecido con lluvia y las previsiones eran de todo menos optimistas. Ya en el colegio, reunidas con nuestros capataces, empezamos
con la maravillosa rutina de ese día. Que si la faja, que si cuidado con las cadenas… Mi padre me ayudó cuidadosamente a hacerme el costal, asegurándose de que no quedara ninguna arruga. Me lo colocó y, bastante emocionado, me dio un beso y se fue con sus compañeros costaleros. La oración y a la Iglesia.
Cuál fue mi sorpresa además que, cuando Alfonso nos dio a cada una nuestra papeleta de los tramos que hacíamos, vi entre sorprendida, asustada, perpleja e increíblemente ilusionada, cómo me habían encomendado la maravillosa misión de hacer el recorrido completo.
La Iglesia a rebosar esperaba impaciente una resolución. Yo ya había vivido esto. Pero esta vez era especial. Yo no iba ataviada con mantilla, sino con costal. No llevaba escapularios, sino una faja que mi padre me había ayudado a colocar. Era la primera vez que iba a ser Sus Pies. Y tanto el miedo como la ilusión se habían apoderado de mí muchos meses atrás. Mi devoción necesitaba hacer Estación de Penitencia.
Tras varios minutos que podían compararse con la eternidad, Rafa Villarreal, presidente de nuestra cofradía en aquel momento, salió y con voz más triste que nerviosa, anunció lo previsto. Ese año nos quedábamos en casa.
En ese momento, quise buscar algo de consuelo en mi padre. Con un nudo en la garganta, pero bastante sereno, me miró, me dio un abrazo y me dijo que aquella decisión era la mejor. Sé que si alguien se alegró de que ese año no pudiésemos salir, y aunque yo en ese momento no lo entendiera, fue él.
Al año siguiente tuvimos más suerte. Un día perfecto que culminó con una Estación de Penitencia perfecta. Por fin pude saber qué se sentía, cómo era ser Sus Pies y qué sensación se tenía al poder compartir esa experiencia con mis hermanas costaleras.
Dos años después, y tras muchos dolores de espalda, pruebas y masajes, el médico me aconsejó dejarlo. Y, cómo no, volví a vestir mi mantilla. Hasta hoy. Y, espero, durante muchos años más.
Como dije al inicio de este pregón, mi familia siempre ha estado maravillosamente dividida. Mi madre, pilar de mi casa, es la encargada de que durante estos días todo esté tan impecable como perfecto. Es la que cuidadosamente nos prepara nuestras túnicas, capas y demás complementos para hacer una correcta Estación de Penitencia.
Su Semana Santa, muchos años atrás, comenzaba el Domingo de Ramos. Mi hermano y yo salíamos con nuestras palmas y ramitas de olivo acompañando a Jesucristo en su entrada triunfal en Jerusalén. Día tan bonito como alegre en el que los niños de Pozoblanco hacen que la Semana Santa dé comienzo.
Y tras el Domingo de Ramos y el Jueves Santo, llega el Viernes Santo. La emoción y el cansancio del día anterior anuncian que ha llegado el otro día importante en mi casa. Es sobre todo el turno de mi hermano. Él también es cofrade desde muy pequeño. Año tras año, ha ido acompañando a Nuestra Señora de la Soledad, ya sea como costalero o como nazareno. Y, gracias a él, yo le tengo una especial devoción a Nuestra Madre.
Tanto es así, que un año conseguí acompañar a Nuestra Señora de la Soledad. Era una muy fría noche de abril. El día anterior, la cofradía salesiana de Pozoblanco no pudo hacer su Estación de Penitencia debido a las inclemencias del tiempo. Pero el Cerro tuvo más suerte y pudo ver procesionar a su Madre.
Recuerdo que ese día estaba muy nerviosa. Además de ser la primera vez que acompañaba a mi hermano, era la primera vez también que procesionaba como nazareno. Nunca había salido como tal, pues siempre he sido férrea defensora de que la mujer saliera de nazarena, sobre todo para no perder este elemento de nuestra Semana Santa. Pero esta situación la interpreté como diferente. Y así fue.
Acompañar a Nuestra Señora de la Soledad, desde primera hora en el Templo hasta el momento en el que las luces de éste se apagan para ver como costaleros y costaleras culminan la Estación de Penitencia, fue una experiencia tan increíble como preciosa. Pude vivir, entre otros, uno de los momentos más bonitos que tiene para mí esta Estación: la subida de Nuestra Señora de la Soledad por la calle San Sebastián, entre el silencio de la noche y de los penitentes, interrumpido sólo por los sones de su Agrupación. En la soledad y la oscuridad que transmite esta calle, iluminada únicamente por velas y cirios. La Estación de Penitencia está llegando a su fin y la Madre se encontrará con el Santo Sudario vacío.
Como he dicho, es gracias a mi hermano por quien le tengo tal especial cariño y devoción a Nuestra Señora de la Soledad, quien sé que en este pregón está calmando mis nervios y cogiéndome la mano para darme aún más fuerza.
Volviendo al nombre de este solemne pregón, yo soy joven. Y, además, me gusta estar con los más jóvenes. San Juan Bosco siempre decía que era entre jóvenes donde se encontraba bien y que sentía como si le faltara algo cuando se alejaba de ellos.
Además de cofrade, soy una muy orgullosa antigua alumna salesiana. Siempre he intentado llevar mi vida ligada a Don Bosco. A sus enseñanzas, a sus vivencias. Él es uno de los pilares que sustentan mi día a día. Pero como toda buena amistad, como todo buen camino, éste también tuvo su inicio.
Todo empezó allá por la primavera de 1994. Por aquel entonces, yo era alumna del colegio de preescolar Santa Ana. Y a mis padres les tocaba decidir a qué colegio llevarme para seguir con mis estudios primarios. Ya se habían visto en esta tesitura unos seis años antes, cuando mi hermano tuvo que pasar al llamado cole de los mayores. Mis padres no tuvieron duda: el niño va a los Salesianos.
Conmigo fue diferente. Interesados por llevarme a un colegio religioso, concertaron cita con Madre Carmen, directora del colegio de la Inmaculada por aquel tiempo. Visitaron todas las instalaciones e incluso conocieron de primera mano quiénes serían mis maestros. Dicho encuentro, ya casi con los papeles en la mano, iba a terminar de una forma muy cordial entre mis padres y la directora. Cuando de pronto, en aquel despacho, como si alguien le hubiese tocado el hombro y le hubiese dicho algo al oído, mi padre se levantó y con mucha educación, por supuesto, le dijo a esta buena señora: “Madre Carmen, si es que yo quiero que mi hija vaya a los Salesianos.” Se levantó y se fue.
A mi pobre madre no le quedó otra que pedir disculpas y seguir el mismo camino. Cómo acabó aquello entre mis padres, eso ya no lo sé. Lo que sí sé es que nunca tendré suficientes palabras de agradecimiento para demostrar lo feliz que ese gesto de caradura me hizo, me ha hecho, y estoy segura que me hará, con el paso de los años.
Entré en los Salesianos en 1994, siendo Don Abel Medina director del colegio. Fueron diez años preciosos, donde me empapé de salesianidad casi sin darme cuenta. Cuando acabé mis estudios obligatorios, pasé al Instituto Los Pedroches ante la imposibilidad de seguir allí. Pero como una ya era salesiana por los cuatro costados, quise seguir vinculada de alguna forma a mi colegio. Y tomé la decisión que marcaría gratamente mi vida: me hice antigua alumna. Dicen que antiguo alumno es todo aquel que de una forma u otra ha pasado por una obra salesiana. Que está capacitado para dar más que recibir, más para el compromiso, más para ser alguien en el trabajo, en la familia, en la sociedad que le toca vivir. Y lleva consigo eso que le distingue, que le identifica como alumno salesiano de D. Bosco.
Justo al salir del colegio, entré a formar parte de la Asociación Juvenil Bosco, los jóvenes de la Asociación de Antiguos Alumnos. Pero no sólo yo, sino un
maravilloso grupo de chicos y chicas que han hecho posible que la asociación siga hacia delante varios años más.
Ser y participar activamente en este grupo joven, como presidenta o como vocal, me ha hecho crecer enormemente tanto humana como cristianamente. Y estoy segura de que me ha hecho ser incluso mejor persona. Admito que he tenido suerte. No se puede encontrar grupo mejor.
Tras diez años en la asociación, nuestro grupo joven ha madurado mucho tanto individual como colectivamente. Guiados la mayor parte de ese tiempo por María José Martín, hemos sabido superar las barreras que tiene formar parte de un grupo de tanta exigencia, sobre todo en la época en la que no estábamos en Pozoblanco por motivos de estudio.
Esta madurez ha venido como consecuencia, entre otras, del apoyo de nuestros mayores en la asociación. E incluso por la independencia y responsabilidad que nos brindan siempre. En todo momento han respetado nuestras actividades y siempre nos han tenido en cuenta en las que organizan ellos. Por eso, y como consejo a juntas de gobierno de cofradías y asociaciones que tienen incluido grupo joven, les diría que cuidaran mucho de ellos, que les hagan partícipes de todo lo que suceda. No en vano, y si se me permite el término futbolístico, son la
cantera. Y como cantera que son debemos cuidarles y ayudarles, siempre sin invadir su espacio, para que en un futuro próximo sean ellos los que estén al frente de nuestras asociaciones, cofradías y hermandades.
Gracias a la Asociación de Antiguos Alumnos de Don Bosco he podido conocer muchas ciudades de la geografía española, pero sobre todo a muchos jóvenes con las mismas inquietudes que nosotros, los mismos problemas. Encontrar personas con los mismos objetivos y poder aunar esfuerzos e ilusiones ayuda a conseguir lo que nos propongamos y, claramente, hace que todo sea más sencillo y muchísimo más fructífero.
Este pregón va llegando a su fin. Pero no quería desaprovechar la oportunidad que me ha brindado el Grupo Joven Soledano para lanzar un mensaje de ánimo, de fuerza.
Jóvenes, nosotros no somos el futuro. Somos el presente. Somos la base de nuestra sociedad, de nuestras hermandades, de nuestras cofradías, de nuestras asociaciones. Y tenemos que luchar y que trabajar con fuerza y con ganas. Trabajo, trabajo, trabajo. Parafraseando al Papa Francisco, “No nos limitemos a decir que somos cristianos. Debemos vivir la fe, no sólo con las palabras, sino también con obras”. Como expresaba Don Bosco, no podemos decir “No me
toca”, sino “Voy yo”. Donde veamos injusticias, allá hemos de ir. Donde veamos sufrimiento, tristeza, desigualdad, pobreza, discriminación… Allí es donde tenemos que estar. No podemos escudarnos en que la situación está mal. Que la crisis afecta a todo. No nos demos por vencidos. Ya descansaremos en el paraíso.
Termino este pregón como lo comencé. Es de bien nacidos ser agradecidos. Gracias al maravilloso cuarteto de cuerda que nos ha amenizado esta noche. En especial a mi primo Carlos, mi pequeño pregonero, por su entrega y dedicación. Y, por supuesto, gracias a todos ustedes por acompañarme hoy.
Buenas noches.
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